EVA MARÍN - 2025

Mi experiencia se podría decir que empezó en el momento que me seleccionaron como una de las voluntarias que iban a formar parte de esta aventura. Mentiría si dijese que no era un mar de dudas e incertidumbre, pero todo cambió una vez que puse un pie en la ciudad de destino.

Llegamos a primera hora de la mañana a la casa de las hermanas y junto a las otras dos voluntarias nos dieron a mi compañera y a mí una cálida bienvenida, desde ahí sabía que iba a ser una experiencia única e inolvidable. Los primeros días allí era una ilusión constante por conocer costumbres y hábitos típicos, desde la comida, la forma de hablar, los transportes o incluso como lavaban la ropa a mano.

Nuestro día a día consistía en estar en el colegio ayudando en lo que se pudiera. En mi caso estaba con los más pequeños, tan solo tenían 4 años, pero a pesar de ser los más traviesos, eran los que más amor infundían. Todas las mañanas te recibían con decenas de abrazos y miles de preguntas o contándote alguna historia que les había pasado el día anterior. Al finalizar el día acababa con los brazos llenos de pegatinas y los bolsillos llenos de galletas que te regalaban en el desayuno.

Por las tardes, más de lo mismo, pero viendo otras caritas, la mayoría no eran alumnos del centro, pero aun así los acogíamos con los brazos abiertos. Algunos venían con tarea por hacer y otros simplemente querían estar allí haciendo alguna actividad o aprendiendo algo que les costaba un poco más.

Además, pudimos ser partícipes de la creación de una consulta de enfermería en el propio colegio. A semanas de empezar esta aventura se me vino a la cabeza la forma de poder traer una semillita de España para hacerla crecer en Bolivia, la semilla se trataba de una maleta llena de medicación y material sanitario, y que suerte tuvimos porque la semillita se convirtió en algo muy grande. No tardamos ni una semana en buscar y acondicionar una antigua capilla para poder instalar de cero una consulta, con lo más básico al menos. Quitamos escombros, limpiamos, adaptamos el espacio, barnizamos puertas y ventanas y con la ayuda del conserje Don Edgar y el director José Luis, en una semana teníamos una increíble sala de enfermería. La misma mañana que terminamos de colocar todo, ya había dos pacientes esperando en la puerta para ser atendidos. Gracias a la Doctora Juliana, pudimos establecer un horario, y ella misma se comprometió junto a una enfermera a pasar 3 veces por semana durante todo un año en lo que decidimos llamar “Enfermería Padre Vicente”

En el hogar con las hermanas no podíamos haber estado mejor, ellas eran nuestra familia estando allí, con quien reíamos, llorábamos y contábamos con alegría ilusión o tristeza todo lo que nos pasaba durante el día. Las Hermanas Leonor, Rosario y Julia nos enseñaron otra forma de vivir, nos abrieron las puertas de su casa para compartir con ellas sus costumbres y ser partícipes en sus tareas diarias.

Este voluntariado ha sido una forma de abrir los ojos y descubrir otra realidad muy lejos de la que conocemos en España. Una forma de apreciar más lo que tenemos y quejarnos menos por lo que nos falta. Ver y sentir la gratitud de las personas del barrio ha sido como un abrazo fuerte en el corazón y sé que eso NUNCA lo voy a olvidar. Simplemente gracias por hacerme partícipe de esta gran experiencia que todo el mundo debería vivir al menos una vez en la vida.

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